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Un rumor en la pared

“El lenguaje es la casa del ser” - M. Heiddeger

 

Antes de ser artista plástico Adolfo Bernal fue poeta. Su primer y único libro, Antes del día, fue un pequeño poemario de páginas sueltas y versos sin rima, en los que el joven de 22 años quiso plasmar sus inquietudes sobre el papel del lenguaje - de la palabra- en el arte y la vida humana.

 

Este interés, que lo llevó a comenzar la carrera de Comunicación social en la Universidad Pontificia Bolivariana, se desbordaría y lo haría virar su rumbo profesional hacia el diseño gráfico. Para él, una palabra era más que su significado, y sus carteles fueron prueba de ello.

 

La poesía no fue suficiente. Como le contó a Conrado Uribe en 2007, “resulta que esas poesías que yo escribía no me empezaron a  bastar, entonces las convertí en haikus, y cada vez las fui haciendo más y más chiquiticas hasta que me quedaron en una palabra. Entonces decidí jugar con los conceptos”.

 

 

Por eso, paralelo a la publicación de su libro, Adolfo comienza su exploración de la relación entre la palabra y el arte plástico. En la sede de la Alianza Francesa en Medellín, alrededor de 1975 - 76, realizó su primera exposición individual, en la que “aparte de una lectura de poemas trabajé con espejos y cartones pintados, la palabra no sólo comunicaba desde el “significado” sino también desde la imagen impresa” recordó Adolfo en el cuaderno Artistas, espacios y proyectos invitados MDE 07.

 

 

La exploración continuó y en 1979 llegó a sus famosos pares de palabras. Cuando le piden explicar esta obra, Adolfo simplemente comenta que “es una palabra arriba y una palabra abajo, un concepto arriba y un concepto abajo, lo que yo pretendo es que se forme una imagen. Si la palabra puesta de esa manera no es capaz de generar una imagen estética, pues “el que lo vi”.

 

 

Estas palabras no se limitan al ámbito de la galería. Gloria Posada indica que en sus carteles, el artista no solo sintetizó sus poemas y trascendió el libro como soporte, sino que convirtió a la palabra en un acontecimiento: “insertó los mensajes en paisajes específicos, los sometió a la temporalidad de la ciudad”. En este mismo sentido, Adolfo fue claro cuando en 2007 declaró que “hubo muchos volantes en el marco de distintas exposiciones, pero siempre en el marco de lo urbano”. Para él, ciudad y palabra estaban íntimamente unidas. Fue así como en 1981 decidió convertir a Medellín en tres obras de arte: los carteles MEDELLÍN, el código morse y la placa de plomo enterrada frente a Museo de la Universidad de Antioquia.

 

 

Y a pesar de que cambiaron los soportes, para Adolfo siempre existió la poesía. En 2007, durante el evento MDE07, Encuentro Internacional Medellín 07/Prácticas artísticas contemporáneas. Espacios de hospitalidad, se intervino el metro de la ciudad. El artsita deseaba que “por ejemplo con CAPITÁN, uno se imagine el capitán del metro, otro quién sabe qué, un barco tal vez, cada uno una imagen mental, entonces fíjese que no pierde la poesía, está ahí, pero es otra manera de presentarla”.

 

Adolfo, quien recorrió la ciudad como recorrió las letras, alguna vez dijo que la idea detrás de sus carteles fue retomada de los carteles del circo, del partido de fútbol, de la rebaja: efímera, anónima, seriada y urbana. “Más que las explicaciones hermenéuticas contemporáneas que hacen la obra inexpugnable”, dijo Bernal en una entrevista con José Roca en 2007, “creo que me refería más a un susurro urbano que te recordaba la ciudad. Esos carteles “te miraban”.

© 2015 por Maria Paula Rubiano y Luisa Saldarriaga

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